Ideario

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Por Azul Macías

La magia de diciembre… Observé a ese niño tan contento por haber visto que santa se había comido la galleta y algo de la leche, mientras el otro observaba atento sospechando, pues era más grande: ¿cómo sabe santa donde vivimos?- preguntó-. La magia que las fechas decembrinas llevan a los interiores de los hogares y la imaginación de los niños es lo que verdaderamente se disfruta de Navidad.

Muchas veces me han preguntado si es bueno que los niños crean en santa o el niño Dios o no, creo que esa es una decisión que dependerá de las creencias familiares y los valores que deseen transmitir a sus hijos, lo que me ha quedado claro con el tiempo es que un niño no necesariamente necesita creer en alguien externo, pues aunque sepa que son sus padres quienes compran los regalos atesorará su infancia y las navidades en el corazón mientras haya habido algo de magia.

¿En qué consiste está magia? En lo calientito que sentimos el pecho al estar rodeados de familiares bebiendo café, ponche o chocolate, ese contraste entre el frío externo y la calidez que se experimenta al sentir que se tiene algo para compartir con otros, con los que amamos, aunque esto sea nuestro buen ánimo, nuestra reconciliación, nuestra compañía, nuestra casa, el postre, la ayuda en la cocina, la cooperación.

Cada papá desea hacer su mejor esfuerzo para que sus hijos reciban justo lo que viene en la carta, aun cuando eso sobrepase sus posibilidades económicas creyendo que eso es lo que le da magia, pero no necesariamente es así, tal vez reside en ese maravilloso acto de equilibrio que se va aprendiendo en Navidad: dar y recibir.

Cuando se es niño y tan feliz recibiendo lo que otros dan, se puede aprender a hacer igual de felices a los otros también en mi propio acto de dar: un abrazo, un grito de felicidad, la ayuda al poner la mesa elegante o llenar la piñata de dulces; eso es para mí la magia que necesitamos seguir transmitiendo porque es la magia de la vida: recibir con una mano y poder dar con la otra.

Va más allá de mesas con cenas perfectas y ropa de estreno, más allá de regalos costosos, más allá de la mamá encerrada en la cocina durante horas y extenuada porque al terminar nadie le ayudo a limpiar los platos, es ahí donde podemos dar: una palabra de relajación, menos exigencias y más disfrute. El día que compramos un pollo porque la cena cuidadosamente comprada en restaurante salió mala, fue tan representativo para nuestra familia como los demás, porque solo deseábamos estar juntos para compartir. Así que les invito a disfrutar cada parte de estos días y recuerden se vale dar y recibir.