Palabra Dominical por el arzobispo Faustino Armendáriz

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III Domingo de Cuaresma

Lc 24 13-35

La experiencia del encuentro con JESUS, el desconocido del camino 

El Evangelio de este Domingo nos presente el hermoso relato de los discípulos de Emaús. Allí se presenta una explicación al mensaje más escandaloso y difícil de aceptar, el escándalo de la Cruz. Este misterio requiere que se trate con insistencia. ¿cómo entender el Mesías tenía que padecer y morir? Jesús, le explica a los de Emaús, basándose en lo dicho por Moisés y los profetas. Y el mismo Jesús, a todos los discípulos, les abre la mente para comprender lo que de él han dicho Moisés, los profetas y los salmos. La palabra de Jesús y todo el Antiguo Testamento quedan al servicio del gran mensaje de la muerte y resurrección.

Para comprender a los discípulos de Emaús hay que recordar el comienzo del evangelio de Lucas, donde distintos personajes formulan las más grandes esperanzas políticas y sociales depositadas en la persona de Jesús. Comienza Gabriel, que repite cinco veces a María que su hijo será rey de Israel. Continua María, alabando a Dios porque ha depuesto del trono a los poderosos y ensalzado a los humildes, porque a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos. Los ángeles vuelven a hablar a los pastores del nacimiento del Mesías. Zacarías, el padre de Juan Bautista, también alaba a Dios porque ha suscitado en la casa de David un personaje que librará al pueblo de Israel de la opresión de los enemigos. Finalmente, Una anciana de ochenta y cuatro años, habla del niño Jesús a todos los que esperan la liberación de Jerusalén. Parece como si Lucas alentase este tipo de esperanza político-social-económica.

El tema lo recoge en el capítulo final de su evangelio, encarnándolo en los dos de Emaús, que también esperaban que Jesús fuera el libertador de Israel. No son galileos, no forman parte del grupo inicial, pero han alentado las mismas ilusiones que ellos con respecto a Jesús. Están convencidos de que el poder de sus obras y de su palabra va a ponerlos al servicio de la gran causa religiosa y política: la liberación de Israel. Sin embargo, lo único que consiguió fue su propia condena a muerte. Ahora sólo quedan unas mujeres y un grupo se seguidores indecisos y miedosos, que ni siquiera se atreven a salir a la calle o volver a Galilea. A ellos no los domina la indecisión ni el miedo, sino el desencanto. Cortan su relación con los discípulos, se van tristes de Jerusalén.

En este momento de desilusión es cuando les sale al encuentro Jesús y les tiene una catequesis que los transforma por completo. Lo curioso es que Jesús no se les revela como el resucitado, ni les dirige palabras de consuelo. Se limita a darles una clase de exégesis, a recorrer la Ley y los Profetas, explicando y comentando los textos adecuados. Pero no es una clase aburrida. Más tarde comentarán que, al escucharlo, les ardía el corazón. La presencia de la Palabra que camina con ellos, penetra en sus corazones y hace el efecto iluminador.

El misterioso encuentro termina con un misterio más. Un gesto tan habitual como partir el pan les abre los ojos para reconocer a Jesús. Y en ese mismo momento desaparece. Pero su corazón y su vida han cambiado.

Palabra de Dios y Eucaristía, dos elementos fundamentales en la vida de todo peregrino qué transita por los caminos de la vida. Es lo que fortalece en el camino y lo que transforma en seguidor del Señor, que mira claro el sendero que recorre.

No podemos los católicos escapar a Emaús y llegar a decir: «La misa no me dice nada». Es el argumento que utilizan muchos para justificar su ausencia de la celebración eucarística.

Es una pena. Porque podríamos calificar esta experiencia de Emaus como una Misa, con sus dos partes principales (lectura de la palabra y comunión) fue una experiencia que entusiasmó y reavivó la fe de sus dos únicos participantes: los discípulos de Emaús. La palabra y el rito, sin el contacto personal con el Señor, nunca servirán para suscitar el entusiasmo y hacer que arda el corazón.

Hoy ante la situación de la Pandemia, debemos de valorar aún más la Santa Misa, fuente y culmen de la vida cristiana. Ante la imposibilidad de participar físicamente en la celebración, nos queda el reto de leer y meditar la Palabra y nuestra comunión espiritual.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Arzobispo de Durango