Ginés Vázquez del Mercado o Francisco de Ibarra, ¿qué cualidades tenían?, ¿quién era mejor?

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Por Juan Nava Stenner.

  • Ellos, más allá del odio y el rencor.

Con dedicatoria a César Noé Díaz Ramos

¿Qué pensarían de nosotros hoy don Ginés Vázquez del Mercado y don Francisco de Ibarra, padres de la durangueñeidad los dos, descubridor el uno, fundador el otro, cuyas escuetas esfinges les da una débil, confusa y frágil presencia en nuestra historia, mucho más ignorada que la de otros próceres más afines a la historia de la colonia, la Independencia, ¿la Reforma y la Revolución?

Persisten en nuestros ánimos cierto desdén e ignorancia, cierto odio a la conquista por la matanza de indios o a la suma de culturas que despojó a las etnias de una inmensa y desconocida tierra que los españoles descubrieron y conocieron como el Nuevo Mundo.

¿Acaso tenemos en detrimento de un puritanismo inútil el derecho a ignorarles y convertirles en motivo de recuerdo solamente cada 8 de julio en la esquina de Juárez y 5 de Febrero para luego ser olvidados arrinconados a un lugarcillo en una colonia clasemediera citadina y un lugar general en la Plaza de los Fundadores?, ¿O es que la historia es tan aviesa y mundana que fuera de un romanticismo localista, no merecieron siquiera, un lugar preponderante? No pasan de aparecer en los textos de los libros escolares, con el estereotipo de una armadura y un casco ovalado de acero puntiagudo en forma de media luna. Dos, olvidados, como cargas pesadas en una historia que sentimos adversa. No se entiende el contexto de la historia, solo a quien lo apasiona, explica, concreta y proyecta los momentos que ocurrieron hace 457 años.

Debemos cuidar a ellos, incentivar a quienes nos han explicado distintos enlaces con la historia, para no vivir en la oscuridad del rencor y en la admiración de un cuento o historieta escolar. Los Pastor Roauaix, Atanasio G. Saravia,I gnacio Gallegos, Manuel Lozoya Cigarroa, Héctor Palencia, Olga Arias, Beatriz Quiñones, Miguel Vallebueno, Javier Guerrero, Elia María Morelos y otros con una distinción no menor de reconocimiento, por su inobjetable aporte, debieran ser reconocidos quienes ya no están y protegidos quienes quedan para que sigan aportando, investigando y luchando por un más completo acervo. Que sus aportes a la historia no se pierdan y que puedan conservarse. Que las generaciones que llegan conozcan la historia de Durango libres de estereotipos, con mentes abiertas y libres.

Y regreso:

¿Qué habrá pensado Ginés Vázquez del Mercado al ser informado por uno de sus soldados, quizá conocedor de la metalurgia que aquello por lo que se obsesionaron tanto, no era una “montaña de plata” sino una de fierro con muchísimo menos valor?. Aquello que costó sangrientas revueltas en la Sierra Madre en las expediciones de Chirinos, Angulo y Oñate, no era mas que una fantasía igual que la “isla de las especies” de Colon y Cortés o la Cibola y Quivira que llevó a Vázquez de Coronado a descubrir la inmensidad de las llanuras del norte, pero no oro.

Vázquez del Mercado, era un líder nato, con cualidades militares y explorativas y don de mando que sus tropas apreciaban, vio que ese valle frente a sus ojos extremeños, eran casi iguales a los de Badajoz y Cáceres, alguna vez provincias romanas por las que pasa aún hoy el río Guadiana y así le llamó a ese valle, Valle del Guadiana en honor a Extremadura su tierra a la que añoraba, vergel rodeado de cerros y sierras, peñascos, pero también aridez. Poco habrá conocido o no conoció a Francisco de Ibarra, pues muere en una emboscada en Juchipila en 1554 justo antes de llegar a Guadalajara, decepcionado de su fracaso en la montaña descubierta. Ese cerro lleva su apellido “cerro del mercado” en su honor. Así lo llamó y se le respetó.

Ibarra penetró la tierra ignota años después, la diferencia de edades o el afán conquistador los separó. ¿Se habrán o no conocido?, ¿habrán escuchado uno del otro? Uno provenía del norte español y otro del sur pobre o más pobre de la península. Ambos vinieron al Nuevo Mundo con afanes de riqueza, ninguno la logró, si no es que la riqueza de la aventura, les consagró una vida de ideales y sueños. Uno murió herido en Juchipila zacatecas luego de una emboscada en Sombrerete a la que no pudo sobrevivir. El “Fénix”, como se le llama a Ibarra, en Pánuco, Sinaloa. Riqueza no hubo, si la hubo se perdió en el coste de las aventuras que ni siquieran duraron. Ambos fueron hombres ambiciosos.

Ibarra denominó Durango a la ciudad fundada por él en honor a su tierra madre, fue solo un capricho de militar de alto rango o de gobernador de la nueva provincia, o la dotó también de sus costumbres y razones para darle ese nombre. Si el árbol biótico de la durangueñeidad fue el roble o el árbol de Guernica denominado Gernikakoarbola adoptado por el reino europeo en su escudo, habrá notado que esta especie de roble (Quercus Robur) también es similar al encino (Quercus), precisamente la especie arbórea más diseminada por la geografía duranguense mexicana. Durango posee la variedad de encinos más interesante del mundo como vasta, ¿notó esto Ibarra?, ¿se habrá dado cuenta que la plaga de lobos (Canis lupus baileyi) nativos de esta latitud era inacabable como también lo era la de conejos y liebres?, ¿viene el escudo de Durango de ahí o fue únicamente una adopción del adoptado por el reino del país vasco?… La historia no aborda, no refiere. Ni en México ni en España.

Estoy tentado a pensar que aparte del amor que Francisco de Ibarra tenía por su tierra, la que hoy es nuestra, tiene también mucha similitud con la de allá. Aquí hay vegas y pantanos como ríos que circundan la ciudad, allá lo es el río Mañaria, aquí nos rodean altas sierras y cerros, allá el Cerro Amboto, lo hace. ¿Fue casualidad?

Francisco de Ibarra poseía mayores cualidades militares y explorativas que Ginés Vázquez del Mercado. Ambos conquistadores eran líderes natos, idolatrados por sus soldados, con las cualidades humanas y conocimientos que los convertían en punteros en pos de la búsqueda de un mundo hostil, pero que les ofrecía la promesa de colmarlos con riquezas fantásticas. En su deambular, Ibarra mandó a Alonso de Pacheco a trazar la ciudad que este, llamó “Villa del Guadiana” haciendo honor al valle descubierto por Del Mercado que no obstante, no era un lugar desolado, pues ya vivían en él indígenas tepehuanos en la villita de Analco, que quiere decir “Más allá del agua”, porque al trazo de la nueva villa del Guadiana y a la de Analco las dividía una acequia por la que bajaba el agua veraniega y de las ciénegas del poniente que los españoles encontraron.

Francisco de Ibarra se rehusó a nombrarle a la nueva villa “Guadiana” y lo cambió por “Durango”. Fue cuando si alguna vez tuvo nuestra tierra una inspiración extremeña, se cambió por una del país vasco o Euzkadi de donde provenía don Francisco de Ibarra.

Como las condiciones de la nueva ciudad eran extremas (ya desde entonces), Ibarra dispuso que tanto las iglesias como los españoles que se quedaran a vivir en la nueva ciudad trabajaran para su beneficio la mina de Avino con la condición que cuidaran, protegieran, acrecentaran y vivieran en la nueva provincia. Eso pasó hace 457 años, que se dicen como un suspiro casi fácil.

Don Ginés Vázquez del Mercado, don Francisco de Ibarra, Alonso de Pacheco, quien trazó la ciudad y Ana Leyva, la primera mujer española en la provincia, jamás recibieron el honor de la distinción en la historia. Ni en Extremadura ni en Durango, España. En Durango, México, aún nos ofusca la Conquista, la ofensa, el odio, el rencor y la ignorancia.