Palabra Dominical por el arzobispo Faustino Armendáriz

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XXVII Domingo Ordinario

Que Durango sea la viña del Señor

El domingo anterior san Mateo nos presentaba a Jesús contando a los sacerdotes y ancianos del pueblo la parábola de los dos hermanos, advirtiéndoles que las prostitutas y los publicanos les llevan la delantera en el camino del reino de Dios. Inmediatamente, sin darles tiempo a reaccionar ni responder, les dice la parábola que hoy hemos escuchado. A decir verdad, no es propiamente una parábola sino una alegoría donde cada miembro o personaje de la historia tiene una correspondencia con la realidad.

Esta alegoría es una versión libre y ampliada de la canción a la viña de Is 5,1-7 que leímos como primera lectura hoy. Jesús narra una historia nueva de la antigua viña. La pequeña gran diferencia de la viña de Isaías, y la que narra Jesús es que la viña del Evangelio sí da fruto. El problema, por tanto, no radica en la viña, sino en los viñadores, que se niegan a entregar los frutos a su legítimo propietario.

Esta apropiación de los frutos nos recuerda las advertencias de Moisés al pueblo en el Deuteronomio (cf. Dt 8,11-19) sobre el peligro de la arrogancia que lleva al pueblo de Israel a considerar que por sí mismo ha conquistado la tierra y que los frutos de la misma son el resultado de su sólo esfuerzo. Este olvido de Dios y de sus dones son la raíz de la perdición de Israel.

El drama que Jesús plantea en la alegoría se desarrolla en tres etapas. En las dos primeras, el dueño envía unos criados, y los viñadores los apalean, matan o apedrean. En la tercera, envía a su propio hijo. Cuando lo matan, Jesús, igual que Isaías, se encara con los oyentes, pidiéndoles su opinión: «¿Qué hará con aquellos labradores?» A diferencia de lo que ocurre en Isaías, los oyentes intervienen, emitiendo una sentencia tremendamente dura: los viñadores merecen la muerte y la viña será entregada a otros más honrados. Dejando en claro que Dios no castiga, es el hombre que con sus acciones va determinado su destino.

La enseñanza de alegoría del Evangelio y la canción de Isaías insiste en una idea que a muchos cristianos todavía nos resulta extraña: el amor de Dios se paga con amor al prójimo. Dios ha hecho mucho por los israelitas, pero lo que pide de ellos no es actos de culto sino la práctica de la justicia y el derecho. Así lo afirma enérgicamente Isaías en la primera lectura: El Señor esperaba que obraran rectamente, Él esperaba justicia.

Jesús dirá que el segundo mandamiento (amar al prójimo) es tan importante como el primero (amar a Dios). Y la 1ª carta de san Juan se afirma: Si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amar… a nuestros hermanos.

Al respecto, decía el Papa Francisco en el ángelus del 8 de octubre de 2017: “La urgencia de responder con frutos de bien a la llamada del Señor, que nos llama a convertirnos en su viña, nos ayuda a entender qué hay de nuevo y de original en la fe cristiana. Esta no es tanto la suma de preceptos y de normas morales como, ante todo, una propuesta de amor que Dios, a través de Jesús hizo y continúa haciendo a la humanidad. Es una invitación a entrar en esta historia de amor, convirtiéndose en una viña vivaz y abierta, rica de frutos y de esperanza para todos. Una viña cerrada se puede convertir en salvaje y producir uva salvaje. Estamos llamados a salir de la viña para ponernos al servicio de los hermanos que no están con nosotros, para agitarnos y animarnos, para recordarnos que debemos ser la viña del Señor en cada ambiente, también en los más lejanos y desagradables”.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Arzobispo de Durango