Palabra Dominical por el arzobispo Faustino Armendáriz

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Domingo 1º de Adviento

Dejémonos moldear por Dios

(Is 63, 16-19; 64, 2-7)

Para vivir el espíritu del Adviento, la santa Palabra de este domingo nos sugiere tres actitudes: de súplica (1ª lectura), de admiración ante los bienes recibidos (2ª lectura) y de vigilancia (evangelio).

Quisiera proponerles meditar en la primera lectura, la cual nos sitúa unos cinco siglos antes de la venida de Jesús, cuando la situación en Jerusalén y Judá dejaba mucho que desear desde todos los puntos de vista: político, social, religioso. El pueblo de Israel se ve como un trapo sucio, un árbol de ramas secas y hojas marchitas. La situación no sería muy distinta de la nuestra. Pero el pueblo, en vez de culpar a los políticos, a la economía, a la pandemia, a los presidentes, al narcotráfico, etc. se reúne en asamblea litúrgica y entona una lamentación.

Las palabras del pueblo ofrecen un curioso contraste al hablar de Dios. A veces destaca sus rasgos positivos: es «nuestro padre», «nuestro redentor», «sales al encuentro del que practica la justicia», «somos todos obra de tu mano». En Otras se queja de que «nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón», «estabas airado y nosotros fracasamos», «nos ocultabas tu rostro». Pero el pueblo reconoce que la culpa no es de Dios, sino suya: «todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado, nuestras culpas nos arrebataban como el viento, nadie invocaba tu nombre, ni se esforzaba por aferrarse a ti».

¿Cuál es la solución? Sorprendentemente, que Dios se convierta: «vuelve por amor a tus siervos», «ojalá rasgases el cielo y descendieses», «aparta nuestras culpas». Los profetas anteriores (Amós, Isaías, Jeremías…) habían concedido gran importancia a la conversión, al hecho de que el pueblo volviese a Dios y cambiase su forma de actuar. Quienes rezan esta lamentación no confían en ellos mismos. Debe ser Dios quien vuelva y, como buen alfarero, moldee una nueva vasija.

En el contexto del Adviento, la frase que más llama la atención y ha motivado la inclusión de este texto en la liturgia es: «¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!». Aunque el profeta piensa en la venida de Dios Padre, la liturgia nos hace pensar en la venida de Jesús su Hijo. Creo que está bien, pues nos ayuda a vivir el adviento, pero ese recuerdo debe ir acompañado del reconocimiento de nuestra debilidad y de la necesidad de ser salvados.

¿Estamos dispuestos a dejarnos moldear por Dios? en realidad ¿somos barro y Él, el alfarero? Sin disposición a la Obra de Dios, es difícil hacer realidad su Reino. Vale la pena hacer un examen de conciencia, para vivir con actitud de conversión este Adviento.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Arzobispo de Durango