Palabra Dominical

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XI Domingo Ordinario

El hombre siembra su campo, y sin que él sepa cómo, la semilla germina y crece

Mc 4, 26-34

La semana pasada terminábamos el Evangelio viendo como se forma una pequeña comunidad en torno a Jesús: Escuchando y poniendo en practica la Palabra de Dios. Este domingo el Evangelio nos presenta dos parábolas.

Lo que dice la primera parábola parece tan obvio: que el campesino siembra y luego deja lo sembrado hasta que de fruto. Eso lo saben todos los galileos que escuchan a Jesús. ¿Dónde radica la novedad de la parábola? En que Jesús compara la actividad del campesino con lo que ocurre en el Reino de Dios. También aquí la semilla termina dando fruto sin que el campesino trabaje, mientras duerme.

Muchas veces, y más en tiempos de crisis como en esta pandemia, nos asaltan dudas sobre la presencia y la acción de Dios en nuestro mundo y en nuestra vida: ¿Dónde estás Señor en estos momentos? ¿Por qué no actúas? ¿Por qué tu obrar no es grandioso y rápido? ¿Por qué todo cambia tan lentamente?

La parábola de la semilla que crece por sí misma nos enseña en primer lugar la necesidad del tiempo para que el Reino crezca y se desarrolle. Se habla del ritmo natural del tiempo, noche y día, al cual se adapta el agricultor de la parábola, quien se duerme y se levanta expresando el ritmo confiado de la vida. El desarrollo o la dinámica del Reino en nuestra historia grupal y personal no es espectacular e inmediato, dando saltos, sino que tiene un ritmo, es un proceso que conlleva su tiempo. No se pueden quemar etapas y, mucho menos, personas.

Jesús compara explícitamente el Reino de Dios con la descripción de un proceso. Y dado que la acción evangelizadora de la Iglesia debe secundar la obra de Dios, los Obispos en Aparecida  recordábamos la importancia de respetar los procesos, de tenerlos en cuenta, en especial en la formación de los discípulos-misioneros, prioridad mayor para nuestro momento: “Llegar a la estatura de la vida nueva en Cristo, identificándose profundamente con Él y su misión, es un camino largo, que requiere itinerarios diversificados, respetuosos de los procesos personales y de los ritmos comunitarios, continuos y graduales” (D.A. nº 281). En esta misma línea el Papa Francisco habla insistentemente de esto “la comunidad evangelizadora se dispone a «acompañar». Acompaña a la humanidad en todos sus procesos, por más duros y prolongados que sean. Sabe de esperas largas y de aguante apostólico. La evangelización tiene mucho de paciencia, y evita maltratar límites”.  (Evangelii Gaudium, n° 24).

En segundo lugar, la parábola de la semilla pone de relieve la fuerza interior del Reino, que es la misma fuerza de Dios que lo hace crecer.

Otras preguntas que surgen en la vida cotidiana del discípulo-misionero son: ¿por qué somos tan pocos?; ¿por qué no logramos convocar a muchos y de golpe para que sea evidente que la obra es de Dios?

Ante estas preguntas, la parábola de la semilla del grano de mostaza nos enseña que el Reino de Dios crece a partir de comienzos pequeños, casi tan insignificantes como un grano de mostaza. Sólo la fe puede descubrir la potencia divina que se oculta en esa pequeñez que está preñada de un futuro de grandeza. Como dice el Papa Francisco: “Creámosle al Evangelio que dice que el Reino de Dios ya está presente en el mundo, y está desarrollándose aquí y allá, de diversas maneras: como la semilla pequeña que puede llegar a convertirse en un gran árbol (cf. Mt 13,31-32), como el puñado de levadura, que fermenta una gran masa (cf. Mt 13,33), y como la buena semilla que crece en medio de la cizaña (cf. Mt 13,24-30), y siempre puede sorprendernos gratamente. Ahí está, viene otra vez, lucha por florecer de nuevo” (EG 278).

Aplicado esto a la tarea de la Iglesia, la nueva evangelización, nos decía el entonces Card. J. Ratzinger: “Todos necesitan el Evangelio. El Evangelio está destinado a todos y no sólo a un grupo determinado, y por eso debemos buscar nuevos caminos para llevar el Evangelio a todos. Sin embargo, aquí se oculta también una tentación: la tentación de la impaciencia, la tentación de buscar el gran éxito inmediato, los grandes números. Y este no es el método del reino de Dios. Para el reino de Dios, así como para la evangelización, instrumento y vehículo del reino de Dios, vale siempre la parábola del grano de mostaza (cf. Mc 4, 31-32). El reino de Dios vuelve a comenzar siempre bajo este signo. Nueva evangelización no puede querer decir atraer inmediatamente con nuevos métodos, más refinados, a las grandes masas que se han alejado de la Iglesia. No; no es esta la promesa de la nueva evangelización. Nueva evangelización significa no contentarse con el hecho de que del grano de mostaza haya crecido el gran árbol de la Iglesia universal, ni pensar que basta el hecho de que en sus ramas pueden anidar aves de todo tipo, sino actuar de nuevo valientemente, con la humildad del granito, dejando que Dios decida cuándo y cómo crecerá (cf. Mc 4, 26-29). Las grandes cosas comienzan siempre con un granito y los movimientos de masas son siempre efímeros”. (Conferencia dictada en el jubileo de los catequistas, Roma, 10 de diciembre de 2000.)

En síntesis, ambas parábolas son una invitación a la Fe y a la Esperanza. A seguir creyendo y confiando en Dios sin desanimarse. Esta presencia oculta pero activa del Señor nos debe llenar de fuerza y entusiasmo para proclamar su obra, es necesario permanecer confiados en el actuar tenue pero poderoso de Dios. No es fácil para nosotros entrar en esta lógica de la imprevisibilidad de Dios y aceptarla en nuestra vida. Pero hoy el Señor nos exhorta a una actitud de fe que supera nuestros proyectos, nuestros cálculos, nuestras previsiones. Dios es siempre el Dios de las sorpresas. El Señor siempre nos sorprende. Es una invitación a abrirnos con más generosidad a los planes de Dios, tanto en el plano personal como en el comunitario.

Ánimo, lo importante es aceptar los procesos de Dios e involucrarnos en ellos.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Arzobispo de Durango