Aeroméxico 2431

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Emmanuel Meraz

–Aquí déjame, no te preocupes; todavía falta una hora y media para despegar –dice Ángel. Sofía, su novia, está con él en el aeropuerto.

Las cosas no van bien para ambos últimamente, o al menos no en el aspecto económico. Tienen ya seis meses viviendo juntos, pero apenas en mayo ella fue despedida de su trabajo.

–Muy bien. Avísame cuando aterrices, por favor. –Sofía lo abraza con fuerza; se besan, se escucha un “te amo” al unísono y se vuelven a besar. Ella permanece unos minutos mirándolo, hasta que Ángel pasa los protocolos de seguridad y dice “adiós” con un gesto de la mano y una sonrisa.

“Le va a ir bien y nos iremos a vivir a México”, piensa la chica mientras conduce de regreso a casa. Poco más de dos horas después le sorprende la tormenta, pero le impacta más el mensaje de las 16:13 que lee en una red social: “Aeroméxico ha tenido conocimiento de un accidente en Durango y estamos trabajando para verificar la información y obtener detalles”.

–Estamos a bordo de un Embraer 190, el cual cuenta con… –escucha el Licenciado Fuentes por enésima vez. Conoce de memoria los protocolos de seguridad, pero un leve miedo hace que siempre decida cerrar los ojos durante el despegue. –Estaremos volando a una altura de 10,000 pies… –sigue el piloto; Fuentes prefiere pensar en su hija Andrea, que acaba de mandarle una foto del primer diente que dejará para que el Ratón lo cambie por dinero.

Le gusta el horario del vuelo, porque llega justo  a tiempo para abrazar a su familia, cenar con ellos y dormir en su cama.

–Tripulación, próximos al despegue –anuncia la voz del piloto… y el sudor aparece en sus manos como de costumbre. Pocos minutos después ya no importa que sea un famoso abogado, pues se acaba de convertir en un hombre corriendo por su vida mientras las llamas consumen sus pertenencias y las de otros 98 pasajeros. “¿Cómo les aviso que estoy bien?” piensa, al darse cuenta que su celular quedó en el suelo del avión. Él y su traje caro caen entre la maleza. El mundo se oscurece.

–No me importan tus problemas personales, Mayté. Dime si quieres que contrate a alguien más, porque yo no puedo trabajar con una niña que se tira a llorar a la primera. –Rocío es una de las empresarias más importantes del norte del país y no ha hecho su imperio tolerando los lloriqueos de sus trabajadores. Cuelga la llamada, guarda su teléfono, respira con molestia y se retoca el labial. Minutos después está ya en el avión.

–Señora,  estamos a punto de despegar –dice una voz femenina casi a su oído. ¿No sabe que sus asuntos son muy importantes? Otra vez cuelga de mala gana y, como un tic nervioso, lleva el labial a su boca aunque no lo necesite.

“Vamos a despegar. Te amo”. Escribe en un mensaje de texto y lo envía a su novio antes de activar el modo de vuelo. “Si se enterara mi esposo…” piensa, cuando le llaman la atención el viento y la lluvia que se dejan ver repentinamente por la ventana. “Así no podremos despegar”, se dice. Tiene razón.

Óscar lleva en los brazos a Jonathan, mientras Melissa, su esposa, intenta guardar la bolsa debajo del asiento. Su bebé empieza a llorar y él mira con resignación a los vecinos de vuelo, como disculpándose de antemano por si el llanto se prolonga durante algunos minutos más. –Listo –dice la mujer; toma al niño y, como por arte de magia, lágrimas y gritos desaparecen.

Él siempre ha sido un hombre alegre y sonriente, pero un diagnóstico desalentador para un primogénito le cambia la vida a cualquiera. Los casi 100 pasajeros ignoran el dolor por el que atraviesa aquel padre tan joven; si no fuera por Melissa, Óscar habría caído en un abismo emocional desde el primer momento.

“No soy tan valiente”, piensa, aunque minutos después descubrirá lo equivocado que estaba. El avión intenta despegar… sin éxito. Su esposa está en shock, con un bebé en brazos y a cinco filas de la salida de emergencia. Para él no existe otra opción más que la valentía.

–Me tiene harta, ¡harta! Se la pasa reclamándome porque vuelo casi diario, pero cuando él gasta mi dinero no me reclama, ¿verdad? –Es la misma conversación de siempre, no importa con quién comparta tripulación. Apenas es martes y siente un cansancio como de viernes.

Ya en el avión, Brenda revisa que los pasajeros tengan cinturones puestos y sus asientos en vertical; coloca la mascarilla sobre nariz y boca durante la demostración, pero parece que nadie atiende. Camina por el pasillo y pide a una mujer que cuelgue su teléfono; un bebé llora, mientras otro que está dos filas atrás parece con ganas de hacer coros.

–97 y dos bebés, va a estar movido el vuelo –le dice a Samantha. Ríen.

–Tripulación, próximos al despegue –dice el Capitán y Brenda se prepara.

El avión intenta elevarse, pero una tromba lo mueve a su antojo. Por primera vez en el día no piensa en sus problemas, sino en los protocolos para que la mayor cantidad de vidas se salven. Voltea con Samantha; tiene una máscara de terror que tal vez la propia Brenda lleva puesta. No es lo mismo estudiar los manuales y hacer simulacros que sentir cómo su aeronave parece de papel.

Se da cuenta que puede moverse y, casi en sincronía con su compañera, corre para ayudar a que las personas abandonen aquella trampa mortal que está a punto de incendiarse.

“Tres minutos, máximo cuatro”, dice en su mente. –Vamos, ¡vamos! –se escucha gritar, aunque no está segura de ser ella misma quien da esas voces o levanta la placa del cinturón de seguridad para liberar a un pasajero horrorizado.

Hay alaridos y llanto, pero nadie se detiene. Oye también oraciones a Cristo, aunque el impacto se sintió como si el propio Dios sacudiera su mano para arrojarlos contra el suelo.

“Tres minutos, máximo cuatro”, recuerda que es el tiempo que el aparato aguantará antes de ser consumido por las llamas. Se asegura de que la última persona está fuera; entonces ella y los otros tres miembros de la tripulación saltan y se alejan lo suficiente para que el fuego no les haga daño.

Advierte lágrimas de culpabilidad en los ojos del Capitán, pero no les da importancia. Es primordial brindar auxilio a los heridos graves, ya habrá quien investigue cuál fue la falla.

Los medios de comunicación se sorprenden por lo milagroso de la situación: un avión consumido en llamas, pero nada de pérdidas humanas. “Durango es una tierra bendita, casi como si la hubiera besado el Papa”, piensa Brenda.

Días después le reconocen como a una heroína… y cae en cuenta de que a una súper-mujer nadie debe manipularla. Hay cosas más terribles que ser soltera.

Este texto está ambientado en el accidente aéreo sucedido en el Aeropuerto Internacional Guadalupe Victoria, en Durango, el 31 de julio de 2018. Las historias aquí descritas son ficticias y no se corresponden con la realidad. Cada línea tiene la intención de ser un homenaje para las 103 personas presentes en este hecho que, milagrosamente, no tuvo pérdidas humanas.