Palabra Dominical

0
175
  • Solemnidad de la Asunción de la Virgen María.

Proclama mi alma la grandeza del Señor porque ha hecho en mí grandes cosas el que todo puede. Lc. 1,30-56

15 de agosto de 2021 

Hoy Celebramos la Solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Pienso que es fundamental comenzar recordando el sentido de este dogma de fe, su contenido y su alcance; para luego ver cómo ilumina nuestra vida. Por ello evoco lo que nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica:

La Asunción de la Santísima Virgen constituye una participación singular en la Resurrección de su Hijo y una anticipación de la resurrección de los demás cristianos. Nº 966:

Además:

La Madre de Jesús, glorificada ya en los cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día del Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo (LG 68). Nº 972:

El Catecismo nos recuerda que en esta fiesta se manifiesta el estrecho vinculo de esta celebración al misterio pascual de su Hijo Jesús. La Virgen María participó de modo singular en la resurrección de su Hijo y así Dios anticipó en ella la suerte final de todos los cristianos. Y esta Gracia especial de María tiene su repercusión para la Iglesia quien ve en Ella su futuro ya realizado por cuanto la Asunción es una anticipación de la resurrección de los demás cristianos. Por esto es señal de esperanza y consuelo.

Hoy se nos invita a contemplar a María en la gloria de Dios y reconocer que Ella es la imagen y la garantía de lo que llegaremos a ser un día los creyentes como miembros de la Iglesia. Ella está llena de gozo y su vida es una permanente alabanza de la Gloria de la Trinidad. Pero al mismo tiempo, gracias a su estado glorioso, puede estar pendiente de todos y cada uno de sus hijos, de nosotros.

¿Y cómo lo hace? Mediante su poderosa intercesión. En las bodas de Caná vemos a María intercediendo ante su Hijo Jesús porque se terminó el vino de la fiesta. Y le hizo anticipar su hora. Pues bien, ahora que María está asociada a la glorificación de su Hijo, su poder de intercesión desde el cielo es infinitamente mayor. Por eso con tanta fe y confianza le dirigen sus súplicas los cristianos de todos los tiempos. Un claro testimonio es la oración

«Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia y reclamando tu socorro, haya sido abandonado de ti. Animado con esta confianza, a ti también acudo, oh Madre, Virgen de las vírgenes».

En este contexto de pandemia es bueno también experimentar a la Virgen Asunta a los cielos como ejemplo y signo de Esperanza para nuestras vidas. El objeto esencial de nuestra Esperanza cristiana es la salvación como “posesión” de Dios, la comunión plena con Él. Y María ha alcanzado esta Gracia en su Asunción y nos enseña a pedirla y esperarla justamente como tal, como una GRACIA.

En su vida terrena María vivió la Esperanza mediante el ejercicio de la memoria agradecida, tal como lo recuerda el Evangelio que hemos escuchado. María da Gracias por las grandes maravillas obradas por Dios en favor de su pueblo, en el pasado; y en favor de ella en el presente, a pesar de su pequeñez. María guardaba todas las cosas vividas con Jesús y las meditaba en su corazón. Así, haciendo memoria, y dando Gracias, mantuvo siempre viva la Esperanza.

Pero de modo especial María vivió “la esperanza contra toda esperanza” junto a la cruz de Jesús y participando como nadie del misterio pascual de su Hijo. Y nos enseña a vivirla también a nosotros, particularmente en los momentos límites, cuando parece que ya nada más podemos hacer. En esos momentos María, como una estrella brillante en la noche, nos invita a seguir mirando al cielo y continuar esperando en Dios. En efecto, “cuando incluso no hubiera nada más que hacer por parte nuestra, para cambiar una cierta situación difícil, quedaría siempre una gran tarea por cumplir, la de mantenerse comprometido y mantener lejana la desesperación: sobrellevar con paciencia hasta el fin. Ésta fue la gran “tarea” que María llevó a cumplimiento, esperando, al pie de la cruz, y en esto ella está lista para ayudarnos también a nosotros”.

María nos enseña a la Iglesia a vivir en acción de gracias y verdadera esperanza, pues ella en el misterio de la Encarnación fue maestra de fe, y en la Pasión es maestra de la esperanza. Como María estuvo junto al Hijo crucificado, así la Iglesia, tu y yo, estamos llamados a estar junto a los crucificados de hoy: los pobres, los que sufren, los humillados y los heridos. ¿Y cómo estará la Iglesia junto a ellos? Con esperanza, y con un corazón agradecido, como María.

En Efecto, no basta compadecerse de las penas y sufrimientos, no basta, ni siquiera buscar aliviarlas. Es demasiado poco. Esto lo pueden hacer todos, incluso los que no conocen la resurrección. La Iglesia debe dar esperanza, y tener un corazón agradecido (Eucarístico) proclamando que el sufrimiento no es nuestro destino,  porque hay Resurrección. Los hombres tienen necesidad de esperanza para vivir.

Hoy María nos invita a levantar la mirada a las «grandes cosas» que el Señor ha cumplido en ella. También en nosotros, en cada uno de nosotros, el Señor hace tantas cosas grandes. Debemos reconocerlas y dar gracias, engrandecer a Dios, por estas grandes cosas.

Son las «grandes cosas» que celebramos hoy, las grandes cosas que también están en tu vida.  María es asunta al cielo: pequeña y humilde, es la primera en recibir la gloria más alta. Ella, que es una criatura humana, una de nosotros, llega a la eternidad en cuerpo y alma. Y allí nos espera, como una madre espera que sus hijos vuelvan a casa. Hoy miramos a María y vemos la meta. Vemos que una criatura ha sido asunta a la gloria de Jesucristo resucitado, y esto es un consuelo y esperanza en nuestra peregrinación aquí abajo.

La fiesta de la Asunción de María es una llamada para todos nosotros, especialmente para los que están afligidos por las dudas y la tristeza, por la enfermedad y el dolor, y miran hacia abajo, no pueden levantar la mirada. Miremos hacia arriba, el cielo está abierto; no infunde miedo, ya no está distante, porque en el umbral del cielo hay una madre que nos espera y es nuestra madre. Nos ama, nos sonríe y nos socorre con delicadeza. Como toda madre, quiere lo mejor para sus hijos y nos dice:

“Eres preciosos a los ojos de Dios; y no estás hecho para las pequeñas satisfacciones del mundo, sino para las grandes alegrías del cielo”.  Amén.

+ Faustino Armendáriz Jiménez

Arzobispo de Durango